África fue sinónimo durante décadas de hambrunas, guerra, genocidio, corrupción y extrema pobreza, un continente abandonado de la mano de Dios y sin perspectivas.
Las cosas están cambiando. Según la consultora McKinsey el Producto Interno Bruto (PIB) de África ha crecido el doble que en los 80 y 90. Según la revista especializada británica The Economist, seis de los países con más crecimiento del mundo en los últimos 10 años fueron africanos.
Mientras en el mundo desarrollado luchan con la austeridad y el estancamiento, en África hay un creciente optimismo de la mano de una bonanza energética.
Ghana, Tanzania, Monzambique, Etiopía, Uganda, Kenia, Sierra Leona y Somalia se encuentran entre los países tocados por la varita mágica del petróleo y el gas que bendijo antes a Nigeria y Angola.
Según un informe de la Situación Económica Mundial y las Perspectivas de 2013 África crecerá un 4,5% este año a pesar de la desaceleración económica mundial.
En un continente con mil millones de personas este crecimiento contiene inevitables disparidades nacionales y regionales.
Ejemplos del boom africano son tanto la segunda economía del este del continente, Tanzania, que se expandirá un 7% este año y el próximo, como dos de las naciones más pobres y atribuladas, Sierra Leona (14%) y Ghana (7,8%).
Sin embargo, el subdirector de la revista especializada Africa Confidential, Andrew Weir, alerta que no es la primera vez que se vive este optimismo.
"Las compañías energéticas, China y el sector financiero están viendo grandes oportunidades. El tema es que África ya ha vivido esto. La pregunta clave es a quién beneficia y de qué modo contribuye al desarrollo", señaló Weir a BBC Mundo.
El lado oscuro de la luna
China es la nueva estrella en el firmamento de las superpotencias interesadas en el continente.
El comercio chino-africano creció de US$6.000 millones en 1999 a US$90.000 millones en 2009 y sigue aumentando con una balanza comercial equilibrada. La inversión se ha multiplicado aprovechando la riqueza minera y energética africana.
El año pasado China celebró una cumbre con 50 jefes de estado de África en la que prometió créditos por US$20.000 millones para la inversión en estructura y "desarrollo sostenible".
Pero la historia del continente está saturada de falsos comienzos, de crecimiento de la mano de la inversión extranjera y la relación selecta con alguna superpotencia.
El siglo XIX estuvo marcado por las disputas colonialistas entre potencias occidentales y la superexplotación que tan espléndidamente retrató Joseph Conrad en su libro "El corazón de las tinieblas".
El largo camino de la independencia que empezó después de la Segunda Guerra Mundial generó enormes expectativas que fueron desvaneciéndose en medio de divisiones étnicas, luchas de poder y una corrupción galopante.
Los US$5.000 millones que terminaron en las cuentas suizas del gobernante de facto de Zaire Mobutu Sese Seko, la paranoia desatada por Idi Amin en Uganda, la hambruna en Sudán y el genocidio en Ruanda simbolizaron entre los 60 y los 90 el destino del continente.
La maldición petrolera
El ejemplo de Nigeria es el que mejor ilustra las oportunidades y peligros de la actual etapa.
Máximo productor petrolero de África, Nigeria tuvo lo que muchos llaman la "maldición del oro negro" o "enfermedad holandesa".
En estas dos "sintomatologías" el boom petrolero termina siendo una maldición que genera una dinámica de corrupción, despilfarro y pobreza.
En la última década se calcula que unos US$29.000 millones se perdieron en Nigeria en un oscuro laberinto de bolsillos oficiales y prebendas de las multinacionales.
La "enfermedad holandesa" apunta específicamente a las consecuencias económicas de una bonanza energética. El flujo de inversiones aprecia la moneda local lo que vuelve poco competitivo al resto de la economía afectando el desarrollo de una industria nacional y generando procesos inflacionarios.
"A esto se añade que los países venden el recurso en bruto en vez de desarrollar productos con valor agregado. Nigeria no tiene una refinería de petróleo porque hay una élite que hace dinero importando y distribuyendo los productos petroleros que llegan del exterior. Y esto no solo sucede en el campo de la energía. El cacao se podría exportar como chocolate, pero no sucede por el tejido de intereses que se interponen en el camino", señaló Weir.
Botsuana es uno de los pocos países africanos que logró dar el salto de la explotación de un producto primario –diamantes– a uno con valor agregado –gemas- que multiplicó el empleo y la riqueza nacional.
La encrucijada
Existen algunas señales de que la historia no ha pasado en vano. Ghana, Mozambique y Tanzania han creado fondos especiales autónomos para administrar la riqueza energética y utilizarla para el desarrollo económico y social.
Uno de los modelos que están siguiendo es el de Noruega, un país que convirtió la riqueza petrolera en una fuente de desarrollo a través de la creación de un Fondo Soberano.
El tema fue central en las elecciones del pasado mes de diciembre en Ghana que dieron la victoria al actual presidente John Dramani Mahama.
El mandatario se comprometió a invertir la riqueza petrolera en educación, infraestructura y energía para el conjunto de la población. Pero poco después de su instauración alertó: "No cabe duda que aún después de 55 años de independencia somos un país joven. Como tal, hemos tenido nuestra porción de inestabilidad y dificultades".
En ese sentido muchos países africanos se encuentran ante una nueva encrucijada marcada por una disyuntiva de hierro: repetición del fracaso o salto adelante, Nigeria o Noruega.
Del camino que se adopte dependerá que África vuelva a ser la de las guerras y hambrunas o se convierta en un polo de crecimiento económico mundial.
Fuente: BBC Mundo
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